Por Lilia Aguilar Gil
…..Ya señalaba yo en colaboraciones pasadas que la “sutilidad” de la violencia usada en contra de las mujeres sigue siendo violencia, sólo que se hace más difícil señalarla y proceder en contra de ella; la semana pasada se anunció que se encontró el cuerpo de José Noriel Portillo Gil, el Chueco, sujeto responsable de asesinato de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, entre otros delitos más; seguramente, lector y lectora, te has informado de los casos de violencia en las escuelas de Chihuahua y en las del país entero, en donde se ve a niñas, niños y adolescentes golpeándose indiscriminadamente ante las miradas complacientes de los demás compañeros.

Estamos en una era que hace apología a la violencia, en donde si bien se condenan con palabras y discursos la violencia, en cualquiera de sus formas, ésta termina siendo enaltecida de alguna manera y justificada en otras, porque al fin, la apología consiste en el discurso o declaración en favor de acciones delictivas o violentas, alabándolas y defendiéndolas, de forma que se llega a justificar su uso en determinadas situaciones, y se incita a actuar de esta manera.
Quise tomar como ejemplo los anteriores casos porque cada una de ellas, cada tipo de violencia ejercida en esos temas hace apología a la violencia, lo que nos pone en un estado de justificación eterna del clima que vivimos, nos provoca normalizar muertes, desapariciones, nos hace despersonalizar el dolor, y terminamos acostumbrándonos y no sólo eso, aprobamos muchas de esas expresiones de violencia.
Todo este proceso no hace más que multiplicarse en la sociedad, y esto es lo que estamos permitiendo que aprendan nuestras familias, nuestras hijas e hijos y adolescentes. Justificar en la sobremesa un “piropo” hacia las mujeres diciendo que no tiene nada de malo, señalando que “algo” debió estar haciendo la mujer que fue agredida o asesinada para que le pasara eso, entre otros ejemplos, abre una puerta de continuidad de violencia en contra de las mujeres pues, aunque se anuncie claramente el clásico: “a las mujeres no se les pega”, por otro lado, se permite y se justifica lo demás. El mensaje no puede ser más contradictorio.
Estoy segura que viste el rostro del Chueco, sin vida. Este delincuente que era buscado desde hace más de un año, no sólo por su responsabilidad en la muerte de los jesuitas, sino de múltiples delitos más, fue exhibido su cuerpo sin ninguna justificación. No hubo medio que no reportara la muerte de este individuo sin mostrarlo de esa manera. Las autoridades, del nivel que sean, tienen una gran responsabilidad en estos hechos, pues abonan a esta apología de una forma tan sutil, pero que es evidente.
Finalmente, nos encontramos con la violencia entre estudiantes que son grabadas y en donde se escucha la complacencia y clamor de sus demás compañeros. El extremo de este caso sucedió en el Estado de México en donde una pelea entre dos estudiantes terminó con la muerte de una de ellas debido a los golpes que le ocasionó la otra estudiante. En este caso, la apología no puede ser más clara.
¿De dónde viene todo esto? De la educación, del ambiente que todos hemos construido en torno a la violencia y en el que gobierno, medios de comunicación, y sociedad en general, somos responsables. Se trata pues de deconstruir poco a poco esta apología que hemos creado, pero no sólo palabras sino con hechos, porque está visto que lo otro no sirve.
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