156,136: Coexistencia cómplice de dos estados

Columna de Luis Froylán Castañeda

La crisis de seguridad en el país rompió todo sentido de racionalidad, cuando Felipe Calderón declaró la guerra a los carteles de la droga sin conocer al enemigo.

En su gobierno México alcanzó los más altos niveles de violencia desde la Revolución, cerrando aquel sexenio infausto con 121 mil muertos asociados a los grupos criminales, más del doble que el sexenio anterior.

A partir de entonces las muertes violentas han seguido creciendo, Peña superó la barrera de los 150 mil -156 mil números cerrados- y, faltando dieciocho meses para concluir el suyo, López Obrador superó esa cifra catastrófica, proyectado hacia la berrera de los doscientos mil.

Siempre califiqué de criminal el desatino de Calderón, llevándonos a una guerra impuesta por el gobierno de los Estados Unidos.

Igualmente criminal la irresponsable indolencia de Peña con su política “dejar hacer, dejar pasar”, cerrando los ojos al avance de las fuerzas del mal.

Pero nunca imaginé que México tendría un presidente cuya política de seguridad, además de criminal fuese cómplice y cínica.

El infame abrazos, no balazos de López Obrador es criminal porque abandona sus deberes con los mexicanos, renunciando al legitimo uso de la fuerza para combatirlos; cómplice porque fraterniza con los mayores responsables de las muertes y los felicita por “haberse portado bien en las elecciones”; cínica porque, sabiendo el estruendoso fracaso, orgulloso postula su política como logros de gobierno, “combatimos las causas, no los efectos”.

La paradoja es que la violencia crece de manera proporcional al dinero y capacidad de fuerza destinados a combatirla.

Calderón creó la AFI provista con presupuesto ilimitado y sacó al Ejército de los cuarteles, Peña dobló la apuesta presupuestal y mantuvo al Ejército en las calles, López Obrador creó la Guardia Nacional con dinero sobrado y triplicó el número de militares en las calles ¡con la orden de permanecer pasivos¡. ¿Cuál Comandante en Jefe manda sus soldaos a la guerra con la orden de no usar las armas?.

Por esa orden infame que denigra a los militares, los grupos del mal se han empoderado tanto en los últimos cuatro años que ahora el tema de los homicidios dolosos dejó de ser el más importante.

Adosado a las muertes llegó la diversificación del “negocio”: huachicol, extorsiones, obra pública, contrabando humano, trata de blancas, robos comunes, madera, licor, desarrollo inmobiliario, exigencia de cargos públicos.

Ya no se conforman con las comandancias de policías, grandes y pequeñas, también exigen las direcciones de obras públicas, alcaldías, diputaciones locales y federales y su derecho a participar en los procesos electorales.

  El número de candidatos o aspirantes a cargos públicos asesinados es otro dato revelador.

  El narco es un Estado dentro de otro Estado cuya coexistencia pacífica entre ambos exige que el Estado Constitucional no intervenga en los asuntos del Estado Criminal.

Mientras no los molesten en “sus territorios”, donde administran justicia e imponen autoridades, ni quieran intervenir en el portafolio diversificado de “sus negocios”, ellos se comprometen a mantener la paz, que como vemos es una “paz” que diariamente deja en el país un promedio de cien muertos.

En Culiacán vimos roto temporalmente el pacto criminal entre “ambos Estados”, cuando detuvieron a Ovidio Guzmán.

Por ordenes directas del presidente debieron soltarlo para evitar más muertes.

Y cuando al fin se decidieron, obligados por los Estados Unidos, a ir por él definitivamente, la entidad entró en una súbita violencia que paralizó durante dos días a la población y detuvo las comunicaciones terrestres y aéreas.

Se hablan al tu por tu; no me tocas, te respeto. ¿Porqué la tolerante del Estado Constitucional, siendo muy superior en capacidad de fuego, número de elementos, sistemas de inteligencia y recursos económicos? Complicidad, no hay otra respuesta más que la complicidad.

También en complicidad existen grados.

Con Calderón fue la complicidad de mandos superiores, policiales y militares, con la estúpida estrategia diseñada por la DEA de crear una gran federación con sede en Sinaloa, con Peña la indolencia de mirar en otra dirección simulado que no pasaba nada, mientras los responsables de combatirla se llenaban los bolsillos.

En el sexenio actual la complicidad es al más alto nivel de autoridad, dictada e instruida desde el púlpito donde gobierna.

 Mayor grado de complicidad no puede existir, con López Obrador llegamos al tope: Es la complicidad absoluta.

Lo que desespera y enoja es que el régimen cuatroté está muy cómodo en su cohabitación cómplice.

Da la impresión que muertes, extorsiones, control de caminos, expolio de territorios y exigencia de cuotas políticas le vienen como añillo al dedo.

Es como su estado ideal, pues él que tanto se esfuerza por gobernar sin contrapesos institucionales, queriendo devastar a los que no consigue someter, parece complicado de compartir el poder con los grupos criminales.

¿Parte de su estrategia para empobrecer al país y gobernar desde los escombros a una sociedad de miserables?

Ya no sabe uno qué pensar, sólo que su cínica complicidad ofende a los mexicanos que deseamos un país de libertades plenas donde haya oportunidades de movilidad social para todos, incluidos los pobres de su narrativa. El gobierno cuyo ideario político es primero los pobres, nos lleva intencional y aceleradamente hacia la decadencia social y económica porque “los pobres no traicionan, con ellos vamos a la segura”. Miseria de régimen.

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